martes, 26 de mayo de 2015

El agua de la vida.

El agua de la vida

Había una vez un rey que tuvo una enfermedad, y nadie creía que podría sobrevivir contra ella. Él tenía tres hijos quienes se preocuparon mucho al saber de su enfermedad, y bajaron a los jardines del palacio a lamentarse. Allí encontraron a un anciano que les preguntó la causa de su angustia. Ellos le dijeron que su padre estaba tan enfermo que pronto moriría, ya que no se sabía de nada que lo pudiera curar. Entonces el anciano les dijo:
-“Yo sí sé de un remedio, y es el agua de la vida. Sí el toma de ella, se curará, sólo que es muy difícil de encontrar.”-
El hijo mayor dijo:
-“Yo iré a buscarla.”-
Y fue donde el padre enfermo a rogarle que le dejara ir en busca del agua de la vida, pues era lo único que podría salvarle.
-“No”- dijo el padre, -“el peligro es demasiado grande. Prefiero morir.”-
Pero el hijo le rogó tanto que al fin consintió. Él pensó en su corazón:
-“Si yo consigo traer el agua, entonces seré el preferido de mi padre, y me heredará su reino.”-
Así que se puso en ruta, y cuando ya había recorrido un cierto trecho, un duende que estaba parado a la orilla del camino lo llamó y le dijo:
-“¿Hacia dónde vas tan apresurado?”-
-“Tonto camarón”- contestó despreciativamente el príncipe, -“no es nada que te importe.”-, y siguió su camino.
Pero el pequeño duende se enojó, y le envió una maldición. Poco después de esto, el príncipe llegó a un estrecho paso entre las montañas, y a medida que avanzaba, más se cerraban las montañas, y al final, tanto se cerraron, que ya no pudo dar un paso más, y el caballo no podía girar en retorno, ni él se podía bajar de su silla, y quedó aprisionado entre las rocas.
El enfermo rey esperó largo tiempo por él, pero no regresaba. Entonces el segundo hijo dijo:
-“Padre, déjame a mí ir por el agua.”-, y pensó para sí mismo:
-“Si mi hermano murió, entonces el reino me tocará a mí.”-
Al principio el rey no le permitió ir, pero al final cedió, de modo que el segundo príncipe tomó la misma ruta que su hermano, y también se encontró con el duende, quien le preguntó que adónde iba con tanta prisa.
-“Tonto camarón”- contestó despreciativamente también el príncipe, -“no es nada que te importe.”-, y siguió su camino sin volverlo siquiera a ver.
Pero el duende también se molestó y lo maldijo, y como sucedió con su hermano, llegó a un estrecho entre montañas y allí quedó atrapado. Así es el precio de la arrogancia.
Y como el segundo hijo tampoco regresaba, el más joven rogó para que se le permitiera ir a buscar el agua, y el rey se vio obligado a dejarlo ir.
Cuando él se encontró con el duende, quien le preguntó hacia dónde se dirigía con tanta prisa, él paró, le dio una explicación y le dijo:
-“Estoy buscando el agua de la vida, pues mi padre está enfermo de muerte.”-
-“¿Y ya sabes, entonces, dónde encontrarla?”- preguntó el duende.
-“No”- dijo el príncipe.
-“Como has sido amable y cortés conmigo, y no grosero como tus hermanos, te daré la información y te diré como podrás obtener el agua de la vida. Ella mana de un manantial en los jardines de un castillo encantado, pero no podrás tomarla fácilmente, si no te doy una varita de hierro y dos pequeños bollos de pan. Golpea tres veces la varita en la puerta de hierro del castillo y ella se abrirá. Adentro encontrarás dos hambrientos leones con sus garras listas, pero tírales un bollo de pan a cada uno de ellos, y se calmarán. Entonces apresúrate a cargar el agua de la vida antes de que el reloj dé las doce campanadas, porque las puertas se cerrarán de nuevo y quedarías aprisionado.”-
El príncipe le dio las gracias, tomó la varita y los panes, y continuó su camino. Cuando llegó al castillo, todo sucedió como lo dijo el duende. La puerta se abrió al tercer toque de la varita, y cuando hubo tranquilizado a los leones con los panes, entró al castillo, y llegó a una larga y espléndida sala, donde estaban sentadas algunas princesas encantadas, a quienes les quitó sus anillos de los dedos. Allí encontró una espada y un pan, que llevó consigo. Luego entró a una habitación en la que estaba una bella doncella, que se alegró al verlo, lo besó, y le dijo que él había sido enviado a ella, y que obtendría la totalidad de su reino, y que si él retornaba en un año, celebrarían la boda. Además le indicó dónde estaba la fuente del agua de la vida, y que debería apresurarse y guardar la que necesitara antes de que sonaran las doce campanadas.
Entonces siguió adelante, y al final entró a un cuarto donde había una recién hecha y bellísima cama, y como estaba muy cansado, se sintió con deseos de descansar un rato. Así que se arrecostó y se durmió. Cuando se despertó, ya sonaban en el reloj un cuarto para las doce. Se levantó como un resorte, corrió a la fuente, llenó con agua un recipiente que estaba cerca, y se fue rápidamente. Pero justo cuando iba pasando por la puerta de hierro, el reloj dio las doce, y la puerta se cerró con tal violencia que le arrancó un pedazo de su talón. Él, sin embargo, muy feliz de haber recogido el agua de la vida, siguió su rumbo a casa, y de nuevo se encontró al duende. Cuando éste vio la espada y el pan, le dijo:
-“Con estos has ganado gran valor: la espada te permitirá vencer a ejércitos completos, y el pan nunca se acabará.”-
Pero el príncipe no quería volver a casa de su padre sin sus hermanos, y dijo:
-“Querido duende, ¿no podrías decirme dónde están mis hermanos?, ellos salieron en busca del agua de la vida, y nunca volvieron.”-
-“Ellos están aprisionados entre dos montañas.”- dijo el duende, -“Yo los condené a estar allí, porque fueron muy groseros.”-
Entonces el príncipe le rogó tanto que al fin los liberó, pero le advirtió, sin embargo, diciendo:
-“Ten cuidado con ellos, pues no tienen buen corazón.”-
Cuando sus hermanos llegaron, él se regocijó, y les contó todo lo que había ocurrido con él, y que había encontrado el agua de la vida, y traía una vasija consigo, y que había rescatado a una bella princesa, quien esperaría un año por su retorno para celebrar la boda y entregarle todo un gran reino.
Tras el encuentro siguieron el viaje juntos, y llegaron a una tierra donde reinaban el hambre y la guerra, y el rey ya pensaba que perecería, por la escasez tan grande que había. Entonces el príncipe fue donde él y le dio el bollo de pan, con el cual se alimentó y satisfizo a todos los pobladores del reino. Además el príncipe le dio la espada con la cual pudo derrotar a sus enemigos y en adelante vivir en paz. Cumplida esa misión, el príncipe tomó de nuevo su pan y su espada, y los tres hermanos continuaron su viaje.
Luego pasaron por otros dos reinos donde también abundaban el hambre y la guerra, y en cada caso el príncipe les prestó su bollo de pan y su espada. Con eso ya había sacado adelante a tres reinos, y continuaron su rumbo. Tomaron luego una nave y navegaron en el mar. Durante el viaje, los dos mayores conversaron aparte entre sí, diciendo:
-“Nuestro hermano menor consiguió el agua de la vida, y nosotros no, por lo que de seguro nuestro padre le dará a él el reino, que debería pertenecernos a nosotros, y además nos quitará toda nuestra fortuna.”-
Entonces comenzaron a pensar que había que vengarse, y entre ellos planearon cómo deshacerse de él. Esperaron hasta encontrarlo bien dormido, entonces le vaciaron el recipiente con el agua de la vida, y la tomaron para ellos mismos, y al recipiente lo llenaron con agua salada del mar.
Y cuando por fin llegaron a casa, el menor llevó su recipiente donde el enfermo rey para que bebiera el agua y se curara. Pero escasamente había tomado un sorbo del agua salada, cuando el rey se puso peor que antes. Mientras él se lamentaba por eso, llegaron los dos hermanos mayores y acusaron al hermano menor de querer envenenarlo, y le dijeron que ellos sí habían traído el agua de la vida, y se la pasaron. No más la había probado cuando sintió que su mal se retiraba, y se puso fuerte y saludable como en sus años de juventud.
Enseguida fueron donde el hermano menor, se burlaron de él y le dijeron:
-“Cierto que tú encontraste el agua de la vida, pero tú obtendrás la pérdida y nosotros la ganancia. Debiste haber sido cauteloso y mantener los ojos abiertos. Nosotros la tomamos mientras dormías en el mar, y cuando haya pasado el año, uno de nosotros irá por la princesa. Pero ten cuidado de no decirle esto a nuestro padre, pues él ya no confía en tí, y si le cuentas una sola palabra, de seguro perderás la vida en el asunto, pero si guardas silencio, guárdalo como un regalo.”-
El viejo rey estaba enojado con su hijo menor, y creyó que había planeado quitarle la vida. Así que convocó a la corte, y sentenció sobre su hijo, que debería ser ejecutado secretamente. Y cuando el príncipe iba camino a una cacería, sin sospechar nada malo, el cazador del rey iba con él, y cuando se encontraron solos dentro del bosque, el cazador estaba tan consternado, que el príncipe le preguntó:
-“Mi apreciado cazador, ¿qué es lo que te acongoja?”-
El cazador contestó:
-“No te lo puedo decir, aunque debería.”-
Y el príncipe replicó:
-“Dilo francamente, yo te perdono cualquier cosa que sea.”-
-“¡Caray!”- dijo el cazador, -“El rey me ha ordenado que te dé muerte, aquí en el bosque.”-
Entonces el príncipe se conmocionó y le dijo:
-“Querido cazador, déjame vivir. Yo te daré toda mi indumentaria real, y a cambio tú me das la tuya.”-
El cazador dijo:
-“Claro que lo haré, en verdad yo no hubiera sido capaz de matarte.”-
Entonces intercambiaron las indumentarias, y el cazador regresó al palacio. El príncipe, sin embargo, se adentró en el bosque. Después de un tiempo, tres vagones cargados de oro y piedras preciosas le llegaron al rey para ser entregados a su hijo menor, los que venían de parte de los tres reinos que habían vencido a sus enemigos con la espada que les prestó, y que también habían saciado el hambre de sus habitantes con su bollo de pan, por lo que querían mostrar su gratitud hacia él.
Entonces el viejo rey pensó:
-“¿Podría mi hijo menor ser inocente?”-, y dijo a su pueblo:
-“¡Si él estuviera aún vivo!, cómo me dolería y sufriría si estuviera muerto.”-
-“¡Él aún vive!”- gritó el cazador, -“yo no tenía corazón suficiente para ejecutar su orden.”-
Y le contó al rey lo que realmente sucedió. Entonces un gran peso se eliminó del corazón del rey, y proclamó en todo lugar que su hijo debía retornar y que tendría de nuevo todo a su favor.
La princesa, mientras tanto, había construido a la entrada de su palacio, un camino de oro todo brillante, y le comunicó a su pueblo que quien fuera que viniera directo a su puerta por el centro del sendero, ese sería el verdadero novio y debería ser admitido; y quien se acercara a la puerta, caminando a un lado del sendero, ese no sería el verdadero, y debería ser devuelto.
A medida que la hora del cumplimiento se acercaba, el mayor pensó que debía apurarse a ir donde la princesa, presentarse como el novio, llevarla a la boda, y tomar el poder del reino. Así que se dirigió allá, y cuando llegó al frente del palacio y vió aquel espléndido sendero de oro, pensó que sería un gran pecado pasar encima de él, por lo que decidió caminar a su orilla. Pero cuando llegó a la puerta, los sirvientes le dijeron que él no era el hombre esperado, y que debía regresar.
Pronto apareció también el segundo príncipe, y al llegar al sendero dorado, pensó de igual manera y avanzó a un lado del sendero. En igual forma, los sirvientes le dijeron que no era el hombre esperado y que debía de irse.
Cuando por fin realmente expiró el año, el tercer hijo también deseó salir del bosque y dirigirse a su amada, y con ella olvidar sus tristezas. Se puso en camino, y como pensaba mucho en ella, y tanto deseaba encontrarla pronto, no notó en absoluto el sendero de oro, y encaminó su caballo por el centro de él hasta la puerta del palacio. Entonces le abrieron las puertas y la princesa lo recibió con mucho júbilo, y proclamó que él era su libertador y el señor del reino. Y la boda se celebró con gran festividad. Cuando terminó, ella le contó que su padre le pedía perdón y que volviera con él. Así que se dirigió allá, y le contó todo lo realmente sucedido, cómo sus hermanos se burlaron de él, y cómo lo obligaron a guardar silencio.
El viejo rey quiso castigarlos, pero ya se habían hecho a la mar y nunca más se volvió a saber de ellos.
Enseñanza:
El respeto al prójimo y la honestidad son dos invencibles fortalezas.

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