martes, 22 de abril de 2014

Amancay.



En la zona de Ten-Ten Mahuida, hoy conocido como Cerro Tronador, habitaba la tribu Vuriloche, cuyo nombre luego se deformaría para denominar esa bella comarca andina.
Quintral, el hijo del cacique de la tribu, era admirado por las jóvenes debido a su valentía y fortaleza. Entre todas ellas había una que, además de admiración, sentía un profundo amor por él, pero su condición humilde le impedía siquiera imaginar la posibilidad de que el joven se fijara en ella. Amancay, tal era el nombre de la hermosa joven, no era indiferente a Quintral. Muy por el contrario, él sentía que su corazón se inflamaba cada vez que la morena joven se encontraba cerca, pero sabía que su padre jamás aceptaría que él la desposara.
Un día, varios integrantes de la tribu comenzaron a morir a causa de una extraña enfermedad. La epidemia no tardó en extenderse, y también Quintral cayó gravemente enfermó. Aquellos que aún se encontraban sanos comenzaron un éxodo que les permitiera alejarse de los malos espíritus que estaban diezmando a su gente.
Quintral empeoraba cada vez más, y en medio del delirio y la fiebre no dejaba de pronunciar el nombre de su amada Amancay. Su padre consultó a su consejero y este le contó sobre el amor profundo y silencioso que existía entre ambos jóvenes. Viendo el grave estado de su hijo, el cacique envió a sus mejores guerreros a buscar a la muchacha.
Mientras tanto, Amancay había consultado a una Machi para que la ayudara a encontrar una cura para su amado Quintral. La anciana le reveló que la única forma de salvar al joven era prepararle una infusión con una flor amarilla que crecía en la cumbre del Ten-Ten Mahuida, y Amancay no dudó en ir en su busca. El ascenso no fue sencillo, pero ella no cejó en su esfuerzo. Por fin logró llegar a la cima de la montaña y encontrar la bella flor, pero no se percató de que el gran cóndor la observaba desde las alturas.
Tan pronto como Amancay arrancó la delicada flor, el cóndor descendió junto a ella y le recriminó haber tomado aquella flor que pertenecía a los dioses. Con voz de trueno dijo que los dioses lo habían puesto como guardián de las cumbres y todo lo que en ellas se encontraba, y a pesar de que la joven pidió disculpas y explicó la situación en la que se encontraba Quintral, el imponente ser no quiso escuchar razones. Al ver que las lagrimas brotaban de los ojos de la muchacha, el cóndor le propuso entregarle la flor a cambio de que ella le diera su propio corazón. Amancay no dudó. Después de todo, ¿de qué le serviría su corazón si no tenía a nadie a quien amar?
La joven se arrodilló frente al ave y sintió como el potente pico habría su pecho en busca del delicado corazón. Sus labios se abrieron y una débil voz pronunció por última vez el nombre de su amado Quintral. El cóndor, conmovido por el amor que hasta último momento demostró la joven, con delicadeza tomó el corazón con una garra y la flor amarilla con la otra para luego elevarse majestuosamente.
El cóndor voló hasta la morada de los dioses, sin darse cuenta que gotas de la sangre de Amancay salpicaban no sólo el camino sino también la delicada flor. Una vez en su destino, imploró que le permitieran llevar la cura para Quintral y que crearan un recordatorio para que el sacrificio de la joven no fuese olvidado. Ambas cosas fueron concedidas, y de cada gota de sangre que cayó en los valles y las montañas nació una bella flor amarilla con gotas rojas que se convirtió en símbolo del amor incondicional. Desde ese día, quien regala una flor de Amancay te entrega su corazón.



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