Nunca estamos solos, en este mundo no
existe soledad . . . cuando hemos compartido el alma en una entrega y esos seres
se alejan físicamente de nuestro camino, se convierten en estrellas que iluminan
nuestro firmamento, porque en cada entrega hemos sido limpios, sinceros y si en
verdad amamos, también empeñamos el corazón. Gracias a la luz del amor nuestro
firmamento tiene estrellas especiales, tan nuestras, tan hermosas, cuyo brillo
nos ha de recrear por siempre. Hemos abrazado tantas veces, hemos besado y
también hemos amado, siempre tan bonito..., el resultado más bello de amar son
los nombres de nuestras particulares estrellas, siempre rutilantes en el
firmamento de nuestra existencia y que contemplamos con emoción, con placer y
devoción, porque tocaron nuestras almas.
Si miramos nuestras estrellas podemos ver
que la felicidad llega en cualquier momento, que siempre habrá luz en nuestro
firmamento, que hasta lo más hermoso se nos puede ir de la vida, que todo en
esta vida se termina, lo extraordinariamente hermoso y hasta lo feo y doloroso,
nuestras estrellas nos recuerdan los amores que se fueron, los amores que
conservamos, nos recuerdan nuestros sueños, nos recuerdan nuestras entregas y
nos reprochan el tiempo que desperdiciamos algún día.
Cuando contemplamos nuestras estrellas
podemos percibir que el amor tiene un millón de giros; que siempre nos está
sorprendiendo, nos baña de felicidad y nos permite nadar en aguas de dulzura y
dolor, que nos salpica de nostalgias; tal vez la mejor lección que ellas nos
brindan y que nos causa trabajo aprender, es que hasta lo más
extraordinariamente bello de nuestras vidas llegará a su fin y se convertirá
pronto en estrella.
Sé que es demasiada pretensión pero anhelo
que al convertirme en estrella en tu cielo, encuentres por fin en mí un bello
fulgor.
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