El centro comercial abandonado.
Cuando era niño cerca de mi casa había un centro comercial abandonado. Era grande, con parqueo de tres niveles. En sus mejores tiempos estaba lleno de gente, pero después de varios cambios de dueño y de una mala administración los locales fueron desapareciendo hasta dejar vacío el lugar.
Al día siguiente de haber cerrado el último local fui con mi bicicleta a darle un recorrido entero al comercial a solicitud de mi papá, que había quedado como encargado del lugar. Había algunos montones de basura por aquí, algunos muebles viejos por allá y un terrible silencio por todos lados. Me gustaba la libertad de recorrer en bici los tres niveles del parqueo y acelerar a todo lo que daban mis piernas.
Mi papá era la única persona que había quedado con una oficina en el lugar. Por las tardes mi papá atendía a los tres policías privados que cuidaban y luego se encargaba de la papelería. Yo lo acompañaba y toda la tarde me pasaba en la bici dando vueltas, a veces me metía en los pasillos del comercial, paseaba por las salas de cine y hacía piruetas en las gradas eléctricas sin movimiento.
Dos meses después de que el comercial fuera abandonado uno de los policías llevó a su hija, que tenía diez años, como yo. Se llamaba Alejandra y también llevó su bicicleta. Al principio fue un poco huraña y sólo se limitaba a andar conmigo sin decir casi nada. Tenía el pelo más liso y los ojos más negros que yo he visto. Cuando se decidió a ser amigable nos llevamos muy bien.
Recorríamos los pasillos del comercial y los parqueos por las tardes en bicicleta, hacíamos carreras y ella siempre me ganaba. Sacábamos los maniquís de la boutique y los disfrazábamos, jugábamos a ir al cine y ver películas que sólo nos imaginábamos. Con las maderas viejas del lugar construimos pequeñas rampas para saltar con la bicicleta. Nos caímos y raspamos los brazos y las rodillas muchas veces.
En la juguetería hallamos patinetas y patines y los incluimos en nuestros recorridos. A Alejandra le gustaba probarse los vestidos de la boutique y a veces se pasaba mucho tiempo viéndose al espejo cómo le quedaban.
—¿Verdad que me miro linda, Rubén?
—Sí Ale, pero ya venite a jugar pues.
Cuando llegó el período de vacaciones fue mejor porque íbamos mañana y tarde, sólo hacíamos escala a mediodía para almorzar en mi casa. A veces invitaba a algunos amigos de la colonia, y era más alegre todavía. No nos gustaban los domingos porque nos quedábamos en casa o salíamos a otra parte con nuestras familias. Siempre recuerdo esas vacaciones como las mejores de mi vida.
A finales de diciembre, después de navidad, supimos que el comercial tenía un nuevo dueño. En enero llegaría a revisar el lugar. Se hablaba de que iban a demoler el comercial y a construir un edificio de apartamentos. Nosotros sin embargo éramos optimistas y pensábamos que quizá el proyecto se llevaría más tiempo de lo previsto y que todavía disfrutaríamos un tiempo más de nuestro comercial.
El nuevo dueño llegó una tarde de enero al lugar para inspeccionarlo. Alejandra y yo lo vimos venir desde la zapatería del segundo nivel. Lo fuimos a esperar a la entrada del parqueo, en donde el papá de Alejandra le abrió la puerta. Era un tipo bien vestido y perfumado, de esos que arrugan la nariz porque parece que todo les huele mal y a quienes toda la gente quiere complacer no se sabe bien por qué. Nos cayó mal, por supuesto.
El tipo vio todo el lugar y dijo que sí, que lo mejor sería demolerlo para hacer algo mucho mejor, a quién diablos se le había ocurrido hacer un centro comercial en aquel lugar. Hizo algunas llamadas telefónicas con su celular y dijo que al siguiente día empezarían a trabajar. Dijo que no quería ver a ningún niño jugando en bicicleta por el lugar.
Alejandra salió llorando aquella tarde. Yo me fui a casa y me encerré en mi cuarto muy molesto. Al día siguiente fuimos y vimos cómo sacaban basura, madera y muebles viejos. Ese día ella me dijo que gracias por haber sido su novio ciclista. Yo me habré puesto bien rojo porque ella se rio y dijo que parecía tomate.
La construcción del edificio de apartamentos duró un año y a los dueños les llevó algún tiempo llenarlo de gente.
El papá de ella halló trabajo en otra parte y además se mudaron de casa y no supe más de Alejandra hasta unos quince años después, cuando me la encontré en un comercial de la mano de su novio. Seguía teniendo el pelo más liso y los ojos más negros que he visto en la vida. El entusiasmo con que me saludó incomodó al novio, pero no le presté demasiada atención porque me alegró verla.
Me contó que había llorado mucho cuando dejamos de vernos. Se recordaba de ese tiempo en el comercial abandonado como las mejores vacaciones de su vida. Luego se despidió, entró al cine con su novio y desde entonces no la he vuelto a ver. La llamé un par de veces para pedirle una cita. Puso excusas a la primera y a la segunda vez que llamé me dijo que era mala idea reunirnos porque se iba a casar pronto.
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