martes, 22 de marzo de 2016

Los resucitados.

Los resucitados.


Mi tío Luis, el sepulturero del pueblo, fue el primero que se dio cuenta de que la gente estaba resucitando. Temprano del día, de madrugada todavía, escuchó golpes en una de las tumbas de uno de los mausoleos más grandes del cementerio. Pensó que era un animal atrapado, pero luego escuchó la voz de una mujer. Sin pensarlo ni asustarse usó el pico, rompió la lápida y la pared del mausoleo, sacó la caja y liberó a la primera resucitada.
Vivíamos a la par del cementerio del pueblo. La tía Olga tenía una tienda y el tío Luis siempre trabajó en el cementerio. Por los muertos hay que sentir respeto, no miedo, decía siempre. Durante toda la niñez y parte de la adolescencia viví con ellos porque mi madre se había ido a Estados Unidos. Me recibieron y fui como su hijo. El tío era un hombre grande, sonriente y bonachón al que quise como padre. Tenía paciencia infinita con el Jorge, su hijo, y para mí siempre tuvo palabras de aliento y consejos sin imposición.
El día de la primera resucitada nos mandó al Jorge y a mí a buscar agua y comida, porque la señora dijo que tenía mucha hambre. Hacía tres meses que había muerto y no había comido nada. Para no tener problema con las autoridades, mi tío metió la caja vacía y reparó el mausoleo y la lápida. Llevamos a la resucitada a casa, se dio un baño y le dimos ropa limpia. Salió caminando para su casa, en donde la familia se sorprendió pero la recibió bien porque la querían. Después un doctor dictaminó que había sido catalepsia, esa enfermedad que hace que la gente parezca muerta sin estarlo. Sin embargo, nos dijo otro médico, tres meses era demasiado tiempo para que un cataléptico volviese a la vida.
A la tía Olga se le metió que eran cosas del demonio, pero el tío Luis le decía que el diablo no puede dar vida. El Jorge y yo estuvimos de acuerdo. Yo les conté a los cuates de la escuela y de la cuadra, pero nadie me creyó. De todos modos el Jorge y yo íbamos al cementerio todas las tardes con la excusa de ayudar al tío Luis, pero lo que queríamos era ver algún resucitado salir de su tumba. Algunas veces venían cuates del colegio, pero el tío les decía que no quería patojos huevones en el cementerio, que no había nada que ver.
Dos meses después de que saliera de la tumba la primera resucitada, salió el segundo. Era un chofer de bus que habían baleado tres semanas antes. Este fue más escandaloso, dijo mi tío, empezó a gritar y a maldecir al despertar. Era de madrugada también. El tío lo escuchó y le dijo que lo sacaría, pero que se calmara. Esta vez el tío Luis tuvo más cuidado con la lápida. También lo llevó a casa, le dimos agua, comida y ropa. No recordaba nada y no habían señales de las balas que lo habían matado. Cuando regresó a su casa, armaron fiesta y ahí sí se enteró todo el pueblo de que la gente estaba resucitando.
La gente empezó a llegar al cementerio todos los días. Algunos con la esperanza de que resucitara algún familiar, otros con el terror de que sucediera, sobre todo cuando ya los bienes se habían repartido. Empezaron a haber exhumaciones porque la gente quería ver que sus muertos estaban bien muertos. Algún vándalo nocturno rompió algunas tumbas, pero no se llevó nada de ellas, quería comprobar que sólo habían muertos. Hubo alguien que dijo que a los resucitados había que matarlos porque no había forma de ingresarlos otra vez al registro civil, no se les podía devolver la herencia y además igual se iban a morir de nuevo. Habían vigilias católicas y evangélicas, ceremonias religiosas, gente orando todo el tiempo.
Comenzaron a ordenar que las tumbas tuviesen puertas con llave que se pudiese abrir desde dentro, instalación eléctrica para luz y carga de celular. Hubo alguien que instaló una conexión de internet para que se comunicara su resucitado. La gente ya no lloraba tanto, ahora existía la probabilidad de que regresara el difunto.
Resucitaron dos personas más. Una mujer muy bonita, que había muerto una semana atrás en un accidente de tránsito, por culpa de un borracho. La habían enterrado con un celular y una batería de larga duración, así que ella llamó a su familia y para cuando el tío la había sacado, también de madrugada, ya toda la familia estaba en el lugar, junto a varios enamorados incrédulos y emocionados.
La otra persona resucitada fue un muchacho al que habían apuñalado por quitarle el celular, tres días antes. A este resucitado lo descubrimos el Jorge y yo, y fue el único en resucitar a media tarde. Escuchamos golpes en la tumba y una voz ahogada pidiendo ayuda. Emocionados fuimos corriendo con el tío y le ayudamos a liberar al resucitado. La madre no paraba de llorar cuando llegó al cementerio por el muchacho. Su familia lo recibió muy feliz.
No resucitó nadie más. Nadie se explicaba por qué había sucedido ni por qué había terminado. Los cuatro resucitados eran buena gente, pero no habían hecho nada extraordinario. La primera resucitada se aburrió de tanta gente que llegaba a su casa y la veneraba como una santa. Terminó cambiándose de pueblo. El chofer de bus se lo tomaba a broma, y a veces le decía a la gente que él no había sido el resucitado, sino su hermano que se había ido a la capital. La mujer bonita dejó a todos sus enamorados desairados y se casó con un extranjero que se la llevó a Europa. El muchacho resucitado se convirtió en un próspero comerciante.
Años después murió el tío Luis. Yo estaba en la universidad, en la capital, y regresé lo más pronto que pude. El Jorge estaba muy afectado. Al tío le dio una neumonía, no se cuidó y cuando ingresó al hospital ya estaba muy mal. A pesar de que le dijo al Jorge que lo enterraran normalmente, le dejamos puerta a la tumba con una llave adentro para que pudiese salir en caso de que despertara. La caja se podía desarmar fácilmente desde dentro. Acampamos en el cementerio durante semanas y por turnos nos quedábamos oyendo a ver si el tío resucitaba. Cuando vimos que no pasó nada, regresamos a casa.
A veces, me contaba el Jorge, cuando lo sueño por las noches, me levanto corriendo al cementerio para ver si resucitó. Cuando el tío cumplió un año de muerto, con la tía Olga y el Jorge acordamos que nos quitaríamos de la mente eso de la resurrección. Sin embargo, cada vez que visito al tío en su tumba para su cumpleaños, pego el oído a la tumba a ver si escucho su voz de nuevo.

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