La mascota.
Por José Joaquín López
Los ricos y poderosos y algunos famosos con dinero suelen tener a su alrededor a personas que sólo les dicen lo que necesitan oír. A cambio de la lisonja constante a veces les dan un empleo o los mantienen sin más. En ocasiones, por supuesto, se intercambian favores sexuales. Podría considerarse cómodo para la mascota humana que acepta tales condiciones, sobre todo si el otro es generoso, pero vayan ustedes a soportarle la neurosis y la megalomanía al rico de turno a ver cómo les va. Así es como me gano la vida y de eso voy a contarles un poco.
Desde pequeño supe que yo no sería un buen estudiante ni buen trabajador. Por eso fui afinando el arte de leer a las personas, y de decirles lo que quieren oír. Así ganaba favores y la vida era más fácil. La gente en general se cree más y mejor de lo que es. Por eso es que hay tanto incomprendido que inunda las redes sociales protestando contra un mundo tan cruel que no es capaz de ver y aplaudir su genialidad y además pagar por ella. Las redes sociales no son más que un mercado de la lisonja.
Eso está bien para las personas normales, pero como nunca tuve la intención de trabajar en una empresa de ocho a cinco, ni de trabajar duro para obtener nada, le he buscado y encontrado rentabilidad a mi habilidad del trato con las personas. ¿Por qué no hacer feliz por un instante a la recepcionista fea diciéndoles que hoy está muy bonita? ¿Por qué no decirle al dueño de la empresa que los cambios que hace seguro la harán más rentable y mejor? En eso es en donde fallan aquellos que creen que son muy buenos en su trabajo pero le niegan palabras y acciones amables a las personas adecuadas.
A mi primer mecenas lo conocí cuando yo acababa de cumplir dieciocho años, en un hotel de Antigua Guatemala. Los hoteles son lugares muy buenos para conectar gente. Era un tipo muy conocido de los medios que además era en ocasiones pastor evangélico. Se llamaba Alejandro y le decían Ale. Parecía estar triste y me acerqué y le caí bien. Desde el principio supe que era un homosexual que no quería salir del closet, así que sería un patrocinador generoso. Yo no soy gay, así que lo que tocaba hacer era alimentar un poco sus fantasías, y cuando se acercara demasiado tirar onda moralista. Ale era tan buena gente que hasta le compraba regalos caros a mis novias. Fui para él como una especie de secretario privado, a veces lo acompañaba a giras.
Solía dejar camisetas en su casa para que le ayudaran en sus fantasías. Me pagaba la universidad, me proporcionaba carro y me tenía un sueldo. Además de viáticos y otros gastos. Nunca lo pude comprobar, pero siempre sospeché que lavaba dinero del narco. A mí me iba bien y eso era lo que importaba. En la universidad me convencí a un nerd de media tabla para que me hiciera tareas y me pasara copia en los exámenes y estaba todo resuelto. Yo sabía que la situación era temporal, así siempre fui observando nuevos prospectos para hacer el cambio cuando se hiciera necesario.
A Ale le serví durante dos años. Por épocas yo procuraba alejarme para que no se hiciera ilusiones, pero los últimos meses el pobre se obsesionó y empezó a exigirme más tiempo con él. Me llamaba o enviaba mensajes de texto todo el tiempo. Además creo que le fue mal en algunos negocios y por eso ya no había mucho dinero. Todo terminó una noche en que llegó desesperado a mi casa a pedirme que me acostara con él. Me hice el sorprendido y ofendido y además le saqué la onda moralista. Le cerré la puerta en la cara, se quedó sentado en la acera de la calle durante algunos minutos y se fue. No se comunicó más.
Mi segundo patrocinador no era gay y con él sí tuve que trabajar un poco. Se llamaba Francisco, pero todos le decían Frank. Era un comerciante de carros y motos que tenía mucho dinero. Sin embargo era un poco inseguro. Necesitaba mucho apoyo en las decisiones y su familia cercana estaba más dedicada a gastarse el dinero. Lo conocí en un autódromo porque él patrocinaba un equipo de carros de carreras y yo era uno de los pilotos. No sé cómo me aceptaron, pero ahí estaba y aproveché, en cuanto vi a Frank, para ponerme a las órdenes. Dos semanas después, ya tenía un puesto como subgerente de algo, pero en realidad yo era el mandadero del patrón.
Frank siempre me llamaba para comentarme algunas decisiones menores y por supuesto yo jugaba a ser juicioso y algunas veces le contradecía para aportar algo más que asentir, pero al final le decía que todo lo que él había pensado estaba bien. Si salían bien las cosas yo recibía algún premio, si salían mal tenía que participar en la solución. Casi siempre salían bien las cosas.
Me tocaba recoger el efectivo en algunas tiendas y su confianza hacia mí llegó a tal punto que en mi casa tenía una caja fuerte con su dinero. Nunca le robé.
Aparte de mi trabajo como recolector de dinero, Frank me solía llamar de noche cuando tenía fiestas con sus amigos. Yo le debía llevar alcohol y putas a cualquier hora de la noche o madrugada. Como nunca trabajé muchas horas, esta era una forma de ganarme el aprecio. Sus otros empleados no lo hacían. Me tocaba decirles a las mujeres qué le gustaba a don Frank para garantizar el trabajo. Siempre quedaba complacido.
Me tocó algunas veces cubrirlo ante su familia por sus amantes. Era enamoradizo y las rupturas solían ponerlo muy triste. Pero se recuperaba pronto. Solía ser cuidadoso con lo que compartía con ellas, tanto en información como en dinero. A veces, cuando se aburría de alguna, me tocaba ir a decirle a la mujer que todo había terminado y que Frank le enviaba algo de dinero como desenlace amistoso. Se hacían las ofendidas, pero siempre tomaban el dinero.
Para Frank trabajé diez años. Logré comprar mi casa y viví bien en ese tiempo. Nunca trabajé mucho. La última novia de Frank lo dejó muy afectado y en su depresión alejó a todo el mundo, incluyéndome. Los hijos tomaron la riendas de las empresas y uno de los primeros en irse fui yo. Intenté visitar a Frank pero nunca me recibió. Supongo que pensaba que yo era uno de los culpables de que la mujer lo haya dejado por otro.
Ahora llegamos a la última patrocinadora, Laura. Me llevaba diez años, y era una ejecutiva dueña de acciones en las principales empresas del país. Venía de familia de dinero y era muy buena en su trabajo. A ella la conocí en un club de tenis. Ella fue la que propuso un partido porque no tenía con quién jugar. Nos hicimos amigos y seguimos jugando una o dos veces a la semana. Supo que no tenía empleo y me propuso trabajar para ella. Yo había pensado en ella como medio para conseguir a alguien que me patrocinara la vida. Era guapa y me gustaba, así que pensaba que era mejor no acercarme, pero las cosas sucedieron de otra manera.
Mis servicios para Laura consistían en visitar una vez a la semana sus negocios y propiedades. En ocasiones me tocaba vender sus casas y ahí la comisión era muy buena. Ella tenía mucho más dinero que mis patrocinadores anteriores, aunque al principio no me di cuenta. Al poco tiempo de trabajar para ella nos hicimos amantes y lo peor para mí es que me enamoré de ella. Laura era inteligente, guapa y elegante y además muy generosa. Retuve a mi novia para que Laura no pensara que me tenía, pero al poco tiempo pasé de ser el necesario a ser el necesitado. La necesitaba a ella, la extrañaba cuando no la veía.
Procuré servirle bien, inclusive comencé a interesarme por lo que hacía y aprendí muchas cosas. De su vida personal no me contaba mucho. Nunca estuve seguro de si ella me quería realmente, o al menos tanto como yo a ella. Nunca nos dijimos nada al respecto, pero yo era el que enviaba mensajes cariñosos, que pocas veces contestaba. Nunca fui tan profesional y nunca trabajé tan a gusto. Nunca gané tanto dinero. Ahora lo recuerdo como una de las mejores épocas de mi vida.
Estuvimos bien durante tres años, pero luego Laura empezó a distanciarse y a relegarme de algunas actividades. Dejó de buscarme como hombre. Estuve muy triste durante algún tiempo, pero luego comprendí que así debía ser. Me conseguí una novia y sigo trabajando para ella y ganando bien. Pero a veces, cuando por trabajo la visito en el club de tenis y la miro jugar con un chavo unos diez años menor que yo, me entra una nostalgia así bien cabrona y paso el resto del día con un dolorcito sordo en el pecho.