LA IMPORTANCIA DE LOS DEMÁS…
Después de todo, la lucha del hombre por
conseguir un equilibrio en la vida y vivir dignamente es la sensatez. Darse
cuenta de lo que uno tiene y de lo que puede aprovechar del talento que el
destino le haya dado, porque no seremos más de lo que somos, pero podremos ser
mejor dentro de lo que somos.
Aprender, como dice la sabiduría oriental,
que todo lo que uno estudia o logra es para los demás. Si los dioses estarían
en el limbo, ajenos a este mundo, nadie se enteraría de sus hazañas. El hombre
que sabe mucho y solo lo guarda para sí es un ignorante para los demás.
En la vida no hay personas superiores, el
señor puede despreciar a su sirviente, es decir, menospreciar su trabajo, pero
sucede algo llamativo: el sirviente puede vivir de sí mismo, en cambio el señor
necesita ser servido. De lo contrario, la naturaleza los pondría en el mismo
estatus y por consecuencia el orgullo no les permitiría entender que ambos en
definitiva se necesitan.
Y aquí estamos hablando de los demás con
demasiada frecuencia, porque el hombre se completa con los otros; si fuera un
gran pintor, en qué galería mostraría sus obras, si acaso su virtud fuera poder
cantar con emoción de qué le serviría cantarle a una montaña. Si el amor no
fuera correspondido, en qué baúl se añejaría para el sabor de una copa vacía, o
el sorbo no compartido.
Todo está destinado en función a los otros,
gracias a los demás podemos usar un celular que no podríamos construir con
nuestra propia inteligencia y no sabríamos ni siquiera caminar si nuestros
solícitos padres y parientes no nos hubieran enseñado. Igual el maestro o la
maestra de las primeras letras, el beso de los primeros sentimientos, las
palabras de aliento de los que nos consideran, la mirada de complicidad que da
la seguridad de saber que alguien mira por ti a tus espaldas.
Todo nuestro universo se mueve por la
palanca de los demás y a ellos debemos más de la mitad de nuestra tranquilidad,
de nuestro modo de vivir. Si no fuera por los que se tomaron la molestia de
morir por una idea que mejoró la manera de vivir en la sociedad, estaríamos
sumidos en el caos de la anarquía o en una dictadura con el disfraz de la
democracia.
El día en que el ser humano ponga más
atención a ese fenómeno de respetar a los demás, comenzaría a ser agradecido
por las cosas que nos dan y que nos salvan de nuestra analfabetismo, desde el
que amasa el pan, el que nos da de comer en recompensa por nuestro trabajo, o
ese milagro de los sentimientos que está en la persona que nos ama sin
cambiarnos la etiqueta de lo que somos, de la categoría que fuéramos, pero
merecedores de sus afectos a pesar de todo.
Por todo lo dicho se debería construir un
monumento para los demás, por los otros y otras que completan nuestra vida. Un
ícono que nos haga sentir orgullosos de los otros desconocidos, ocupen el
puesto que ocupen, y también tener el orgullo que nosotros somos alguien
importante para los que están en este mundo. Porque los demás también somos
nosotros.